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Oiarzábal: “El año que viene seguro que no hay ni tres expediciones al K2”

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Juanito Oiarzábal afronta la amputación de casi todos los dedos de sus pies. Su ascensión al K2 el 26 de julio le convirtió en el tercer hombre sobre la tierra en repetir cumbre en la “montaña de las montañas”. Sin embargo, el esfuerzo fue titánico y el precio a pagar muy alto.
Bromea a través del teléfono, que no deja de sonar, pero en el fondo de sus palabras se nota un poso de amargura tras la difícil vivencia. Desde su cama del hospital de la MAZ, en Zaragoza, el montañero vasco reflexiona sobre el K2, sobre el ataque a cima y sobre las secuelas que le dejará su vigésimo primer ochomil.

 
Oiarzábal bajó con graves congelaciones en los pies 

Cumbre en el K2 a las seis de la tarde, ¿es usted un imprudente?

En este caso, no y sí. Sin duda la primera regla de todo himalayista es tener en cuenta a que hora se sube a una cumbre. Hay una hora siempre prudencial a la que hay que llegar a la cima para luego bajar. De acuerdo. Sin duda tuvimos que haber llegado antes. No se pudo. Pero aún habiendo llegado a las cinco y media a la cumbre, yo creo que lo teníamos todo totalmente controlado. Esto que ves –dice señalándose los pies- es secundario. A posteriori. Le puede ocurrir a cualquiera.


Pero estando en la cumbre le comentó a Edurne Pasabán que estaba muy mal, que no sabía cómo iba a bajar.

Eso es aparte. Evidentemente, rompimos varias de las normas de una ascensión a una montaña de 8.000 metros. También hay que decir que lo teníamos todo muy controlado. Estábamos en contacto continuo con el Campo Base y teníamos los partes meteorológicos de los días siguientes, que nunca se equivocaron. Al día siguiente la predicción era buena, incluso que bajaba el viento. Por otra parte, tuvimos un par de mítines según subíamos para decidir hasta qué hora podíamos apurar, darnos de margen para subir a la cumbre. Decidimos que una buena hora podía ser como máximo las cinco de la tarde. ¿Por qué? Porque teníamos toda la ruta equipada, la zona más compleja y técnica, la más difícil, que va de la entrada del cuello de botella hasta el collado a 8.500 metros, la teníamos toda equipada con 700 metros de cuerda fija. En el collado ya sabíamos que llegaríamos tarde, pero teníamos un margen de unas tres horas una vez llegados a la cumbre para bajar con luz. Teníamos que llegar de la cumbre al collado, ahí estaban ya las cuerdas fijas hasta superado el cuello de botella. Después es una rampa de 40 grados hasta un plateau que estaba debidamente balizado. Así pues, sopesamos y dijimos ‘estamos abriendo la vía, hundiéndonos hasta la cintura, trabajando mogollón. ¡Hostia! Ya tan cerca de la cumbre no vamos a darnos la vuelta’. Eso lo hablamos.


¿Pero esa ambición no les llevó a arriesgar demasiado?

Si alguna cosa tengo yo claro es a respetar todo ese tipo de situaciones. Pero no se tiene siempre la oportunidad de subir al K2. Habíamos derrochado energía y esfuerzo por todos los lados. Y aunque iban pasando las horas veíamos ahí la cumbre. Sabes que al bajar vas a tener alguna dificultad, pero teníamos el descenso medianamente asegurado. Además, también sabíamos que de noche veríamos las luces de los que salían del Campo IV hacia cima y eso nos orientaría.


Sin embargo, ¿estuvo perdido varias horas y tuvieron que ir a buscarle?

No exactamente. Lo cierto es que cuando estoy subiendo, cerca ya de la cumbre, empiezo a notar síntomas de edema pulmonar. Arriba se acentúa bastante, tengo las palpitaciones muy exageradas, no podía respirar prácticamente, así que me caigo desplomado y le digo a Juan (Vallejo) que no sé ni cómo voy a bajar de allí arriba. Luego ya sé yo cómo voy a bajar, como siempre, con ganas y capacidad de sufrimiento, que es lo que me caracteriza. Cuando empiezo a bajar me encuentro con otro problema, en la subida le había dado mi frontal a un porteador de altura, Hasan, que nos acompañaba y que intentaba ser el primer baltí en subir a la cima del K2. Pero se dio la vuelta y en vez de esperar en el collado, se fue para abajo.

En el descenso, Juan se quedó conmigo y el italiano Silvio Mondinelli con Edurne. Bajamos todas las cuerdas fijas, pero íbamos despacio, de cara a la pared y parando a descansar, así que esto supuso muchas horas. Desde las siete hasta las once de la noche. Yo bajaba muy agotado y, además, durante el descenso del cuello de botella, a Edurne se le cayó su frontal, un problema más. Entonces, a las doce de la noche, vemos las luces de los frontales de los que salen del Campo 4 para cima. Silvio se adelantó porque empezaba a notar congelaciones y mandó desde el 4 con dos sherpas que subían un par de frontales para Edurne y para mí. Llegó un momento en que no subía nadie más y yo empecé a notar que perdía la visión, un principio de edema cerebral. En una parada me despisté y perdí a Edurne y Juan, que se fueron por delante. Y en ese momento me quedé completamente ciego. Me había cruzado hacía poco con Tente (Lagunilla) y me había dicho que el Campo 4 estaba a 15 minutos, así que decidí quedarme quieto y esperar a que salieran a buscarme cuando se dieran cuenta de que no llegaba. Pero entre que reaccionan y no, prácticamente me pegué tres horas solo esperando. No entré en hipotermia, pero las congelaciones se me agravaron.
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