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Crónica de una escalada en Taghia

El Gran Atlas es un poderoso imán para los amantes del Big Wall, no sólo por las enormes posibilidades de sus paredes sino por el encanto misterioso las gentes que habitan en sus montañas. Dani Díaz, Isabel Monge, David de Andrés y Fernando Plaza acaban de llegar de Taghia.
Foto: Daniel Díaz 
Camino de aproximación a Taghia. 

Las sorpresas comenzaron al coger el primer autobús del largo recorrido hasta Taghia. Haciendo gala de la habilidad que para con los turistas tienen algunos habitantes del país vecino, Marruecos, vieron en este pequeño grupo de turistas un filón. Así fue como el conductor desalojó a cuatro pasajeros que ya habían pagado religiosamente su billete para que subieran Dani y los demás. Por supuesto, a cambio les exigía un desorbitado pago por exceso de equipaje, "comme à l"avion" afirmaba. Solucionado el asunto por menos de la mitad de lo exigido por el conductor y tras un largo viaje, hicieron noche en la Medina de Beni-Mellal. Aún iban a tardar tres jornadas más -combinando otro autobús, un todoterreno y mulas- en llegar al campamento.

Por fin el primer contacto con la pared. Dani y Fernando decidieron probar la calidad de la roca en una vía de seis largos que, aunque al principio parecía muy fácil resultó ser un 6c que acabó sucumbiendo pese al calor que hacía. Isabel y David vieron una posible línea en un espolón del Jbel Aoujdad y también tuvieron sorpresa. Se encontraron con un tereno más descompuesto de lo que creían en un principio y, fruto de eso, a Isabel le cayeron dos piedras encima bastante grandes. La vía que quedó por probar fue la de 45 metros, que tiene un grado máximo de 6ª; es bastante expuesta a la caída de piedras y lo descompuesta que está la convierte en un reto que prometo adrenalina, su nombre es "Hoy no, que me duele la cabeza".

Abriendo vía

Un virus retrasó tres días la intención que tenían de abrir nuevas vías. La verdad es que fue un buen susto, tanto los síntomas de la enfermedad, como el trayecto de tres horas andando por el monte hasta la enfermería más cercana, en Zaouiat Ahnsal. Aunque el aspecto de la casa del médico era impactante, también era el sitio más cercano al campamento donde disponían de material esterilizado.

Mientras Dani se tomaba un par de días de descanso, para recuperarse, David y Fernando comenzaron a abrir los primeros largos en el Jbel Oujdad.

El buen tiempo del principio se había ido transformando y cada día tenían tormenta. Esa circunstancia ralentizaba un rápido avance en la apertura de la vía. Se estaba poniendo más difícil de lo que al principio imaginaban. La ruta cruza por la mitad del Jbel. Comienza en unas partes más inclinadas que dan al zócalo característico de esta montaña, que la parte por la mitad. Ahí empiezan las complicaciones: un desplome sin fisuras y roca descompuesta que no permite la entrada de una clavija y se supera con un buen burilador -instrumento que no les dio muy buen resultado puesto que enseguida quedó machacado-; pasos de ganchos y después algún clavo que no termina de quedar bien. Más tarde se accede a una fisura que hace travesía a la izquierda, para terminar en otra gran fisura que corta la pared y que te manda directo a la cima.

Pero poco a poco, según les permitía el tiempo y los perros que por las noches rondaban el campamento y apenas les dejaban dormir, iban abriendo largos en esa vía aún anónima. Las fisuras estaban bastante sucias y algunas chimeneas eran prácticamente intocables. Isa y David escalaron un largo que incluía dos fisuras de offwidht (fisura muy ancha), un sistema de diedros de "mírame y no me toques" y una chimenea muy invertida. En la reunión, por fin, pudieron pasar de los parabolt, una de las pesadillas de la vía, puesto que invirtieron aproximadamente una hora y media en meter cada uno; la pudieron montar con un friend, un microfriend y tres poderosos clavos.

Con la miel en los labios

Foto: Daniel Díaz 

La climatología empezó a ponerse realmente peligrosa, vientos muy fuertes y lluvias cada día les hicieron pensar en volver. No pudieron llegar a abrir la vía entera, el tiempo les obligó a retirarse cuando quedaba el trozo más fácil, unas rampas que llevan a la cima. Unas rampas que no pisaron sus gatos.

Un día entero recogiendo el material y aunque hubieran deseado escalar aún un poquito más tuvieron que salir a escape. Ante su asombro el río se había puesto de color chocolate y empezaba a crecer rápidamente. El descenso se hace por un cañón que, en algunas zonas es bastante estrecho, una crecida hubiera convertido la vuelta en algo más parecido al rafting que al trekking. La elección fue buena. No paró de llover y salir de ahí un día más tarde hubiera sido imposible. Afortunadamente llegaron sin mojarse en exceso, con un montón de anécdotas que contar y siendo unos maestros del regateo.

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