Al terminar el dÃa 2 de mayo de 1959, dos jóvenes escaladores llegan ya de noche al pequeño pueblo de Riglos. Ambos son de sobras conocidos entre los lugareños y los escaladores de los mallos, aunque no se les haya visto formar cordada juntos hasta ese momento. Uno de ellos, Alberto Rabadá, a sus 24 años ya tiene un currÃculo montañero envidiable; entre otras muchas actividades, ha realizado la primera repetición de la Peña Sola de Agüero, la Ravier del Tozal del Mallo y la norte de la Torre de Marboré, además de contar con aperturas tan significativas como la normal del Puro, la Serón-Millán al Pisón o la Francisco Ramón Abella (más conocida como la Galletas) al Firé. Con ésta, suma la tercera de las cuatro aperturas que firmó en esa Peña. El otro escalador es Ernesto Navarro; un año más joven y con menor experiencia en el ámbito vertical. A pesar de ello, se le da un reconocimiento extraordinario por sus escaladas, ya que en los dos años escasos que lleva escalando le ha dado tiempo para abrir la vÃa Luis Villar al Firé y realizar una de las todavÃa escasas repeticiones a la normal del Puro tras un largo paréntesis por haberse roto una pierna en la travesÃa de las 5 puntas del Firé.
Ambos acaban de abrir una modesta vÃa que no pasará a la historia en la Peña Don Justo, un destacado monolito de roca escalado por primera vez en 1947, levemente independizado del macizo de los Fils, más allá de los mallos pequeños. Lo más destacable de esa apertura son los problemas que tuvieron los escaladores para terminarla. En el último largo Rabadá tuvo que quitarse la ropa para poder progresar en las estrecheces de la chimenea: Tal era la angustia del paso, que Rabadá no paraba de soltar lamentos (chemequeos o chemiqueos) que bautizaron tan estrecho tubo. De hecho, las cordadas que en los años venideros repetÃan esta vÃa, preferÃan pasarse a la vÃa Oeste antes que meterse en ese Tubo de los Chemequeos. Terminada la vÃa, volvieron a encontrar otro inconveniente. Ya en la cima y sin ver nada por la oscuridad que les envolvÃa, la cordada perdió bastante tiempo hasta que acertó con el lugar correcto del rápel.
Que un tapicero y un ebanista hayan llegado a ser considerados como unos los referentes de la escalada de dificultad de principios de los 60 y todo ello realizado con la consabida precariedad de medios merece un análisis objetivo. Como todos los mitos, el de Rabadá y Navarro se ha ido autoalimentando con el paso del tiempo; la belleza y dificultad de sus vÃas, la precariedad de los medios en la apertura, los accidentes sufridos por escaladores que pretendÃan emular a los maestros y un halo de veneración jamás disimulado por sus admiradores tras la agónica muerte en la cara norte del Eiger, han llevado a todos los escaladores de varias generaciones a presentar humildemente sus respetos a las lÃneas que abrieron juntos. Aún ahora, tras medio siglo de aquella primera escalada, quien agarra aquella mismas piedras a las que se asieron por primera vez ambos escaladores no deja de asombrarse de su imaginación y capacidad de realización para dar al mundo tan asombrosas escaladas.
Escalar cualquier vÃa Rabadá-Navarro supone hoy en dÃa un paseo –si la palabra paseo se permite en vÃas de tanto compromiso- por la imaginación, la valentÃa y el buen hacer de sus autores. Tradicionalmente se ha establecido una jerarquÃa en la categorización de sus vÃas estableciendo una serie cinco recorridos imprescindibles de los cuales la trÃada Rabadá-Navarro son la matrÃcula cum laude para el escalador que quiera ponerse en la piel de los escaladores aragoneses.
La norte del Puro, el espolón del Firé, el espolón del Gallinero, la oeste del Naranjo y la Brujas son el repóker de ases que dejó sobre la mesa la cordada a la espera de que los escaladores acepten la apuesta de salir con dignidad de la vÃa. Pero de estas vÃas, la trÃada que nombrábamos formada por los dos espolones, el del Firé y el del Gallinero, junto con la Oeste del Urriellu son el referente de dificultad y compromiso de sus vÃas.
Lo sorprendente es que lograron abrir esta gran cantidad de vÃas de calidad entre 1960 y 1963, un periodo cortÃsimo de tiempo y en una época bastante complicada para compaginar trabajo y aficiones. La duda de hasta dónde hubieran llegado de no haber muerto tan prematuramente se ha planteado desde el mismo momento de la confirmación de su fallecimiento.