K2 esquís; la leyenda de la Isla de Vashon y la fibra de vidrio
La Isla de Vashon está situada en el noroeste del estado de Washington. No sé encuentra muy lejana a la ciudad de Seattle, ni al Parque Nacional del Monte Rainier, pero debido a que no hay ningún puente que la una con el continente, siempre ha mantenido un carácter rural y un cierto aislamiento.
Podría pensarse que no es el mejor sitio del mundo para emprender proyectos innovadores y tecnológicamente avanzados. Pero aquellos que han vivido en lugares así saben que, en ocasiones, lo que se pierde en actualidad se gana en perspectiva y dedicación. Y que al no tener modelos cercanos en los que mirarse, uno busca sus propios caminos. Y ese fue el caso de la marca K2, pionera en la construcción de esquís en fibra de vidrio en todo el mundo, y nacida en esa remota e incomunicada isla.
La leyenda de la Isla de Vanson y la fibra de vidrio comenzó en la posguerra mundial, cuando la familia Kirschner comenzó a fabricar instrumentos de plástico reforzado útiles para sus vecinos, como jaulas para animales. Siempre estaban buscando nuevos productos y nuevos métodos, y así, en 1961, con un par de esquís prestados como muestra, Bill Kirschner fabricó sus primeras tablas de fibra de vidrio.
No era la primera vez que algo así se intentaba: en 1958 se habían construido otros en Suiza. Pero el modelo de Bill Kirschner funcionó tan bien en la nieve que se plantearon comercializarlos. Llevó su idea a la empresa Anderson & Thompson Ski Company, un distribuidor de Seattle, quién aceptó gustosamente el reto.
Pero no fue hasta 1964 que Kirschner Manufacturing distribuyó sus primeros esquís fabricados en tan novedoso material, y que habrían de revolucionar el futuro de este deporte. Ese año vendieron tan solo 250 pares. Que ya fueron 1.600 al año siguiente. Tan rápido fue el crecimiento que en 1967 era obvio que los esquís eran ya un floreciente negocio aparte de inmejorable futuro, y se creó una nueva empresa para ello: había nacido K2.
Los primeros pasos de su historia tienen todos los elementos de una leyenda estadounidense del comercio: comienzos muy modestos, rápida expansión, y una calidad que les ha llevado a ser líderes en todo el mundo. K2 es un ejemplo de la pasión que conduce a la innovación, y de lo que ocurre cuando la tecnología y la ciencia se ponen al servicio de la diversión.
En 1968, con 21.000 pares vendidos, ya eran 83 los empleados que trabajaban para K2. La compañía creo sus propios canales de distribución, y con los conocimientos adquiridos decidieron entrar de lleno en el mundo de la alta competición, a pesar de tener apenas 3 años de experiencia. No les faltó audacia. Pero ese atrevimiento tenía una base sólida, que era la absoluta confianza en su producto. Y no fallaron: la fibra de vidrio resultó ser un caballo ganador, y sus tablas recién llegadas consiguieron vencer en una prueba de Copa del Mundo de Eslalom de ese año, siendo la primera vez que una marca estadounidense conseguía una victoria internacional.
Esta victoria hizo que sus tablas se conocieran en todo el mundo, causando sensación tanto por su innovación en materiales y diseño como por su rendimiento y espectacular imagen. Las ventas se dispararon de forma enorme y los mercados se ampliaron, estando situados en 1970 entre las marcas más prestigiosas del mercado.
Ha pasado mucho desde entonces y poco ha cambiado para K2. O mucho, según se mire. Mucho porque nunca han dejado de innovar, tanto en esquí como en las nuevas gamas que vendrían después (fijaciones revolucionarias, tablas de snow, patines en línea, bicicletas...). O poco, porque tras 50 años su espíritu sigue intacto.
Ese espíritu que se resume en la respuesta que dan al ser preguntados por el secreto de su éxito: “La pasión. Es la que nos conduce a la innovación.”