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Sencillamente Huayhuash

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Incrustada en los Andes, al norte de la ciudad de Lima y muy cerca de la Cordillera Blanca, la Cordillera Huayhuash aguarda por nosotros abrigada en su melancolía.
 

Conforme avanzamos, la aridez del camino que nos aleja de Chiquián va quedando atrás de puentecillos de madera fresca que asumen temporalmente el destino arrancado a sus predecesores por la fuerza y violencia de esta tierra agreste y salvaje. Huayhuash va asomándose con calma, a paso de burro, inundando nuestra creciente ansiedad por verla con cristalinas cascadas que dan vida a las innumerables lagunas y ríos que tallan las filosas quebradas y cañones que se descubren a nuestro andar.

Incapaces de saciar nuestra sed de montañas, sus transparentes aguas fluyen entre entumecidos dedos para seguir coloreando de mil verdes y dorados las terrazas andinas que rodean el rojo de las tejas de pueblos añejos hace mucho extraviados por el tiempo. Pacllón, uno de los caseríos más pintorescos, aparece por el sendero vestido de crepúsculo y amarillo páramo, surge en lo alto de la quebrada para adornar con sonrisas y adobe el gélido blanco que se aproxima iluminando la noche de un entorno que se vuelve cada vez más frágil y mágico.

Al amanecer, las puertas de la Cordillera se abren con el corretear de sus niños, la tímida alegría de las calles empedradas nos despide con la curiosidad insatisfecha y bajo la mirada atenta de las sombras que se ocultan en la polvorienta estrechez de los pasajes que van dejando atrás los escombros de iglesia que recuerdan a Dios en la plazuela, rostros de barro por años curtidos con la desconfianza que engendra el abandono y el abuso de intereses más rentables que el trabajo de la tierra que heredaron.

 

Abriéndose paso en el manto de ovejas, Rodil, atado a su elegante caballo y a su buen ánimo, nos da el alcance con los burros atiborrados de comida y del equipo más pesado. Sin dejar de lado el remordimiento provocado por el castigo dado a la recua y la preocupación de reencarnarnos en uno de estos pobres animales por su ineludible uso, disfrutamos, por fin, del espejo más bello de la sierra peruana, la convergencia de las lagunas Jahuacocha y Solterocha, esta última de un reflejo y un intenso color turquesa que aún tiñen el alma. La increíble sucesión de cumbres que abraza el brillo de estas lagunas da la bienvenida a la más espectacular de todas las cordilleras andinas y al corazón del destino de montaña más bello, desaprovechado y exigente de América, Perú.

 

Protegidas en el tiempo, sólo por el olvido y el aislamiento, las altas cimas de la sierra de Huayhuash se conservan como lo esperábamos, salvajes, enormes y poco visitadas. Aquí, la soledad no es un lujo, es parte esencial del encanto de este paraje vertical, es uno más de sus serios desafíos. El macizo se devela como un lugar magnífico, lleno de vida salvaje y extraordinarias posibilidades para un alpinismo puro. Un paraje sobrecogedor que nos recibe salpicado de tupidos bosques de Queñuales, variedades de aves y riachuelos rebosantes de coloridas truchas que con el oficio y la hospitalidad del buen Rodil Padilla se transforman en sabrosas cenas al calor de la leña, al abrigo de los amigos y de un buen mate de coca entre ocas recién cocidas; noches con sublime olor a trucha bien frita bajo techito de paja, cobija de minúsculas arañas en millares atraídas por lo ajeno del calor, la luz de fuego y la de alguna vela que no se lleva el viento que se cuela entre rocas y maderos, aquella suave brisa que desborda el silencio con el eco de las avalanchas que se deslizan por las faldas del Rondoy para sumergirse en las profundidades de la bella Solterococha, hambre de trucha que nubla la vista como lo hacen la niebla y el humo en las sombras de cabaña, a orillas de Jahuacocha, lejos de todo, tan cerca de nosotros.

Una peregrinación obligada para todo montañista que se aprecie, ésto es el circuito de Huayhuash y Jahuacocha es su punto culminante, la más bella sorpresa entre tantas que nos brindan diez días de caminos alejados de toda monotonía.“Jahua†es eso y mucho más, la ilusión favorita de caminantes y la puerta de entrada a la afilada soledad de las montañas que rodean su ondulante reflejo. Es el magnetismo y el fruto de la fusión de titanes de la talla del recio Rondoy y de la belleza del Jirishanca, célebres como la estampa única del Yerupaja que acompaña el lienzo de la mano del Yerupaja Chico.
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