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Chus Lago: Esto es el verdadero alpinismo

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Avalanchas, caídas en grietas, ceguera de la nieve, visibilidad nula, frío extremo... Chus lago ha vuelto a casa en los huesos, pero feliz por estar entera, y ya pensando en cómo ganarle la partida a una montaña que ha lanzado contra ella toda su artillería.
 
Chus Lago forma un equipo compenetrado con el georgiano Merab. 

Chus Lago, la alpinista gallega, estaba a un paso de casa cuando habló con nosotros; en concreto, esperando el vuelo a Vigo en el aeropuerto madrileño de barajas. Atrás quedaba un largo regreso desde Almati, y el recuerdo de una de las expediciones donde ha llegado al límite del sufrimiento y se ha replanteado muchas cosas. Pero precisamente por la intensidad de lo vivido, Chus se siente muy satisfecha, aun si haber conseguido la cumbre perseguida, la del inhóspito Pobeda, en la cordillera del Tien Shan.

“Estoy orgullosa, no puedo evitarlo. Porque he conseguido salir con vida de allí. Así de simple. Ha sido tan tremendo, nos han pasado tantas cosas, hemos luchado tantísimo en esa montaña, que al final la cumbre es lo de menos. Aguantamos cuando el cuerpo dijo ‘basta’, cuando físicamente vi que no podía dar un paso más con aquel frío terrible. Y estamos los dos de vuelta, y sanos. Muy delgados (sobre todo Merab, da un poco de miedo verle tan demacrado), aún cansados, pero bien y con la cabeza alta.”

 
No hay equipamiento en las montañas del Tien Shan (Chus portea un tablón para cruzar una grieta). 

Desde luego, las crónicas que habéis enviado son épicas...

Bueno, es que ha sido muy duro, porque nos ha tocado todo el trabajo que te puedas imaginar en una montaña, no hemos tenido un respiro, y desde el principio hemos dado el todo por el todo. Casi no hemos estado en el Campo Base. Hemos abierto huella con la nieve por el pecho, hemos soportado avalanchas, ventisca, visibilidad nula, un frío que no te puedes imaginar, y cuando ya no podíamos más, en vez de retirarnos, hemos vuelto otra vez arriba.

 
La alpinista gallega ha sufrido el frio extremo del Cáucaso 

¿Cómo fue, exactamente, aquel segundo intento a cumbre?

Pues, como te lo puedas imaginar, pero peor. Tras aquella noche toledana que contaba enla crónica que os envié, cuando nos cayó una avalancha encima de la tienda, y tuvimos que salir fuera, para pasar el resto de la noche enconrtrados y soportando la ventisca, todavía nos quedaba lo peor. El descenso fue terrible. No se veía absolutamente nada. No había huella, la nieve se amontonaba. Si yo llego a estar ahí sola, ahí me quedo. Y lo mismo que yo, los rusos que había connosotros. Pero estaba Merab. Fue el gran protagonista, porque es como si llevara un radar. Fue guiando al grupo en medio de la nada, a lo largo de diez horas, hasta el primer campo. Al principio veía las botas de Merab por delante de mí; luego, ni eso. Rapelé totalmente a ciegas. Hasta los nudos tenía que hacerlos al tacto. Entonces, me tumbé en la tienda y cerré los ojos diez minutos. Sólo diez minutos, pero cuando los intenté abrir descubrí que no podía. No veía nada, estaba ciega. Y lo peor no es la ceguera. Es un dolor muy intenso que no se me quitaba con todos los analgésicos que llevaba. De vuelta al Campo Base, lo pasé bastante mal.

Entonces, ¿Cómo es que volvisteis a subir dos días más tarde?

Pues no sé. Supongo que n se retirarme a tiempo. Lo cierto es que allí abajo salió el sol y, aunque llevábamos un mes y estábamos muy desgastados, veíamos que habían llegado grupos nuevos, más frescos, y eso nos picó. Y eso que cuando empezamos a subir de nuevo, ya nos cruzamos con unos cuantos que se bajaban debido al frío que hacía en los campos superiores. Pensé que, después de todo lo que habíamos hecho en la ascensión, nos merecíamos subir otra vez con ellos, intentar probar suerte con el tiempo.

 
Cuando llegue a casa, aprovechará para escalar en roca 

Pero no fue así...

No, no fue así. En el campo dos, después de dormir en la cueva de nieve, cuando salí fuera, me dí cuenta de que sencillamente no podía soportar más el frío. Llevaba toda la ropa puesta, pero no lo resistía. Se lo dije a Merab, que sólo quería salir de allí, que tenía que bajarme. Y eso hicimos.

La montaña no se ha dejado.

No, no se ha dejado en absoluto. Y, ¿sabes?, para mí ha sido algo nuevo. Porque normalmente he tenido suerte. En el Khan Tengri, donde la gente se bajaba, yo fui subiendo y el día de cumbre fue glorioso. En el Everest, lo mismo. Hice cumbre con un día magnífico. Oía lo que contaban otros alpinistas y yo pensaba “Bueno, a mí la montaña me ha respetado”. Pero esta vez me las da devuelto todas juntas. Es que hasta me he caído a una grieta. Menos mal que llevaba los crampones puestos: caí un par de metros, pero pude salir en oposición, como si estuviese en una chimenea. De verdad, que lo único que me ha faltado ha sido que me atropellase un coche en Almati. Sin embargo, es lo que dice merab. Podemos estar orgullosos, porque esto si que ha sido hacer alpinismo. Si todo hubiese sido fácil, está se habría quedado en una cumbre sin más, algo que casi no hubiese merecido la pena recordar.
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