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Tomaz Humar: “Soy un turista profesional”

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Dicho por uno de los escaladores más extremos del panorama actual, resulta demoledor. Humar juega con las palabras y con las personas del mismo modo con que juega en el filo entre la vida y la muerte en el Nuptse o el Dhaulagiri: con rapidez, osadía y una intuición que le lleva a salidas geniales que nadie más vería. Conversar con él es tan interesante como agotador. Escalar con él... escala solo.
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Lo de calificarse a sí mismo como 'turista profesional' es más que una broma recurrente; es un intento de desmarcarse de gestas deportivas que muchos valoran y que el desprecia con elegancia. Cuando fue invitado a una ponencia en el prestigioso festival de Banff, se presentó diciendo: "Yo soy un puto turista que nunca ha subido al Everest. ¿Podemos comenzar el debate?". Cada vez que da la mano, machaca sin piedad los nudillos del saludado, con especial saña si este es un personaje trajeado, solo para reírse de la cara que pone. Cualquiera que ande cerca debe esperar de el una broma o una mirada de sincero cachondeo cada vez que algún incauto cae en una de sus trampas verbales, o comete un error. Pero es mejor no engañarse; su carácter es intuitivo y continuamente está poniendo a prueba al interlocutor. Su fama de loco o de, digamos, poco serio, forma parte de una cuidada campaña de imagen personal que a veces es el mejor escudo para luego sorprender hablando de negocios. Contesta lo que quiere a las preguntas, desvía la conversación, dribla como un futbolista cualquier cuestión incómoda; a base de chistes, no revela nada que no quiera. Una impecable sonrisa y una risa fácil le libran de toda sospecha.

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Pero, conversando con calma, demuestra cualquier cosa menos frivolidad. No bromea a la hora de hablar de la lucha personal tras un accidente que casi acaba con su carrera, del entrenamiento, del autodominio. Evita centrar la conversación en largos de escalada, material o cotaciones; prefiere centrarse en la comunicación trascendente con la montaña y los espíritus que la pueblan... para de pronto saltar a la acción en estado puro. No es modesto ni pedante; sabe que es bueno en lo suyo y no lo niega. Nadie lo haría a la vista de su historial deportivo: una nueva vía en la Sur del Dhaulagiri, en solitario y en alpino; una magnífica apertura a la arista noroeste del Ama Dablam; un episodio épico en el Nuptse. Momentos terribles y rutas gloriosas que han hecho de él un referente en la escalada de extrema dificultad y compromiso. A la vuelta del Dhaula, el mismísimo Messner fue al aeropuerto a felicitarle. Según el momento y quien le escuche, será considerado un maestro del extremo, un suicida vocacional, o un rey del marketing. En cualquier caso, como el dice, un profesional en toda regla. Lo de 'turista', puede ser una manera de reírse de sí mismo, pero también puede dejar una traza de broma cruel dirigida al resto de los humanos que nos arrastramos a ras de suelo, o incluso de los que sí han subido al Everest, sujetos a un puño jumar y a una cuerda fija, un pasatiempo que él no entiende y que se niega a asimilar al alpinismo.

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Hace mucho tiempo que no se sabe nada de tí.
Sí, estaba, digamos, fuera de servicio. Estaba muy ocupado entre la vida y la muerte, je... , después del accidente. Y, es cierto, durante meses me he negado a hablar con nadie, no he dado señales de vida. Necesitaba, primero, estar conmigo mismo; es como si voluntariamente, me hubiera desconectado del resto del mundo.

Pero has vuelto...
Si, he vuelto a conectar el interruptor.

Y ¿cómo estás?
Bien, bien... bueno, no estoy perfecto, pero desde luego me encuentro mucho mejor que todos los que me han dado por muerto varias veces en los últimos meses. Me ha llevado mucho tiempo librarme de todo el metal que los médicos me habían incrustado en las piernas. Ha costado siete operaciones y decisiones muy drásticas.

No sabía que hubiese sido tan grave ¿Qué ocurrió exactamente?
Pues que me caí del tejado de mi casa, que me estaba construyendo. Me rompí las dos piernas por varios sitios , el tobillo, el fémur. Tras una de las primeras operaciones aquello se complicó con una trombosis, todo se salió del control de los médicos, que en dos ocasiones llamaron a mi familia para que fuera al hospital, advirtiéndoles que duraría horas. No saben muy bien cómo sobreviví. Después, optaron por un tratamiento radical para evitar una nueva trombosis, que me mantendría con vida pero me recluiría tal vez años en una silla de ruedas y me concedería un tipo de vida que yo no me podía siquiera plantear. De ahí lo de las decisiones drásticas.


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