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Robert F. Scott: El honor, la derrota y el fin del mundo (III)

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Robert F. Scott representa como pocos la triste historia, tan humana, de la lucha por el triunfo y de la dignidad en el fracaso: la gloria que Amudsen le negó en la carrera al Polo Sur, llegaría con su muerte. Cuando no se puede ser conquistador, sólo queda ser mártir.
 
Triste foto en el Polo Sur de los británicosWilson, Evans, Scott, Oates and Bowers(de izda. a dcha.) 

Los cinco ingleses siguen la ruta de Shackleton y superan su marca; no hay rastro de Amundsen y creen ser los seres humanos que más al Sur han llegado en la Historia. Pero entonces comienzan a darse cuenta de que están muy cansados. Y no saben que el noruego, para entonces, ya había plantado su bandera en el Polo Sur, el 14 de diciembre.

Las notas de Scott sólo hablan de temperaturas atroces y temporales que apenas les permiten moverse. Sólo les mantiene la idea del Polo, algo que, aseguran, merecen conquistar, porque lo han pagado con sufrimientos inimaginables. El 16 de enero, según sus cálculos, creen que deben llegar a su meta al día siguiente. Y esa tarde ven algo en la nieve. Es una bandera noruega sujeta a una Pieza de trineo. Está rodeada de huellas de perros. De muchos perros. Los ingleses comprenden, y Scott, que siente que ha fallado a sus compañeros, escribe: “se acabó soñar despierto; el retorno se va a hacer muy largoâ€. En ese momento, los noruegos estaban ya de vuelta en Whales Bay, a una semana de su barco.

Al día siguiente, un terrible temporal de viento sacude a los desmoralizados británicos, que se preguntan por qué no han conseguido ser los primeros, si lo merecían tanto. Scott escribe que no le importa que Amundsen haya sido el primero, ya que hizo una carrera de la exploración, y que ellos, después de todo, han conseguido llegar al lugar que se habían propuesto. Tras unas tristes fotos a media milla del Polo, emprenden el regreso. Habían estado en el fin del mundo, y ahora trataban de salir de él.

Pero no es fácil. El frío es cada vez más intenso. La nariz de Evans está congelada. Oates no siente los pies. Y las diversas caídas causan lesiones en unos expedicionarios agotados y desmoralizados. Pasan los días y las semanas; el 11 de febrero, cuando inician el descenso del Glaciar Beardmore, se pierden y terminan en un caos de hielo que les desespera y termina de agotarles. No encuentran el siguiente depósito de comida, y no les queda nada. Al fin, lo descubren por casualidad después de tragar su última ración. El alivio es increíble. Pero cada vez van más lentos y Scott tiene que reducir las raciones. Demasiado para Evans, que el 16 de febrero, tan enfermo de cansancio como de desesperación, se queda atrás. Los compañeros regresan a por él y lo encuentran de rodillas en la nieve, con la mirada enloquecida. Lo trasladan hasta una tienda, pero muere esa misma noche.

El viaje sigue, interminable, sin tregua. A finales de febrero, Wilson deja de escribir en su diario (Bowers había desistido hacía un mes). Cuando alcanzan los depósitos, descubren que parte del combustible se ha evaporado. Pasan la barrera Sur y la barrera intermedia. Para entonces Oates no soporta el dolor de sus pies congelados y gangrenados. Las temperaturas pasan de los –40 Farenheit. Su última esperanza es que el trineo de perros les haya dejado reservas en el Monte Hooper. Pero no es así. Scott se da cuenta entonces de que no van a conseguirlo, que van a morir en el intento, pero está decidido a continuar hasta donde pueda. Se desata otro temporal que les impide salir de las tiendas durante un día. Y entonces discuten la situación Wilson lleva en su botiquín suficiente veneno para matarles a todos, y reparte a cada uno treinta tabletas de opio. Saben que van a morir, pero ninguno usará el opio. El suicidio va contra el reglamento.

 
Roald Amundsen 

Pierden la noción del tiempo. Como a mediados de marzo, Oates pide que le dejen atrás (desde hace días, hay que arrastrarle) y los otros se niegan, así que una mañana, a –45º F, se arrastra fuera de la tienda y dice: “a lo mejor tardo un ratoâ€. Los demás sabían que no volverían a verle, y Scott escribió: “fue el acto de un hombre valiente y de un caballero británicoâ€.

Wilson, Bowers y Scott se rindieron, sin combustible y con dos raciones de comida, atrapados por la ventisca, a sólo once millas del depósito que guardaba una tonelada de comida. Aunque habían decidido morir caminando, ya no pudieron moverse de la tienda.

Hasta el último momento, congelado y si comer ni beber, Scott tiene tiempo de terminar su diario y escribir catorce cartas. Escribe a familiares de sus compañeros y a sus patrocinadores. Escribe a Kathleen, aconsejándole sobre la educación de su hijo, afirmando que no tiene nada en contra de que se vuelva a casar, pidiendo disculpas por “ser un mal marido, aunque espero ser un buen recuerdoâ€. Y, sobre todo, en todas sus cartas repite que su mayor logro ha sido “llegar hasta el Polo y morir como caballerosâ€. En ningún momento cree Scott que hubiese cometido errores de logística u organización. Su última carta va dirigida “al público†y ahí explica que su fracaso se debió sólo al mal tiempo y a la mala suerte. Que al menos habían aprendido todo lo posible sobre la dureza y las dificultades que puede llegar a encarar un inglés, sin dejar de comportarse como un hombre y como un caballero. Sus últimas palabras son de orgullo por sus compañeros, que representan cómo un inglés se enfrenta a los obstáculos y encara la muerte con tanta fortaleza como lo hicieron sus antepasados. Muy británico. Lleno de orgullo por el imperio. Su viuda recibiría el título de Lady que a él le habían negado en vida. Y volvería a casarse.

En noviembre, el grupo de rescate capitaneado por Atkinson escuentra los tres cadáveres en su tienda. Si bien Wilson y Bowers parecían haber muerto durante el sueño, scott se quedó congelado tratando de estirarse fuera del saco, en un rictus de sufrimiento. Los expedicionarios se quedan sobrecogidos ante la visión. Recogen las cartas, y tiran la tienda encima de los cuerpos. Encima, un montón de nieve y unos esquís cruzados. Allí descansarían, viajando al ritmo lento del glaciar, hasta que sus cuerpos de marinos descansasen por fin, un día, en las profundidades del océano.

Nunca encontraron el cuerpo de Oates. Tan sólo su saco de dormir. Y erigieron una cruz con una inscripción. “Por aquí murió un muy galante caballero., Capitán L.E.G. oates del regimiento de dragones de Inniskilling. En marzo de 1912, volviendo del Polo, caminó por voluntad propia hacia la muerte en mitad de la ventisca, tratando de salvar así a sus camaradas acuciados por las dificultadesâ€

Así se escribe la historia. Una solitaria cruz en Hut Point recuerda a los caídos en la inmensidad de la Antártida. El nombre de Amundsen será recordado como el conquistador del Polo Sur. Pero Scott, con su muerte, entró en la lista de los héroes y los mártires del imperio británico. Irónicamente, si hubiese vuelto a casa sano y salvo, hubiera sido criticado, despreciado y olvidado. Pero fue otro su destino, y desde luego nadie le pidió su opinión sobre cómo hubiera preferido que acabase la historia. Como el dijo, “nuestro destino está en el regazo de los diosesâ€.
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