Nueva línea de esquí extremo en el Aoraki. Hunter's Moon, 1.000m

Christina Lustenberger y Guillaume Pierrel realizan en el Mt. Cook un descenso que califican como de los más complejos de su vida.

Hunter Moon, Aoraki, Monte Cook, Esquí extremo, Hunter Moon, Chrstina Lustenberger, Guillaume Pierrel Hunter Moon, Aoraki. Foto: @mathurinvth.pics

El pasado día 17 de octubre, la canadiense Christina Lustenberger y el francés Guillaume Pierrel, miembros del equipo The North Face, consiguieron un nuevo y complejo descenso con esquís desde la cima del Aoraki (antes monte Cook), montaña de 3.717m, la más alta de Nueva Zelanda y que, por sus características, glaciares, meteo y orografía, conforma una verdadera expedición similar a cordilleras de mucha mayor altitud.

Una línea de 1.000m a través de corredores y canales en malas condiciones, con terreno intrincado y mucho hielo. Lo hicieron tras haber ascendido por una difícil vía de la pared, apenas repetida, la Jones, 4+. Mientras ascendían por ella, se fijaron en el laberíntico sistema de rampas a su derecha y decidieron intentarlo.

El resultado: Hunter's Moon, 1000m, VI, 4/ 5.5 E4. Una línea tan al límite que afirman que es de las más complejas de su vida, y la más compleja de este año.

No es poco decir: podemos recordar que este 2024, junto a Chantel Astorga y Jim Morrison, Christina Lustenberger, antigua top ten de Copa del Mundo de Esquí, consiguió el 1º descenso con esquís de la Gran Torre del Trango, en el Karakorum.

Guillaume Pierrel, guía UIAGM, ha descendido el Gasherbrum II y, este año, entre otras cosas, la norte de los Drus y, junto a Vivien Bruchez, el 1º descenso integral con esquís del Picco Luigi Amedeo, 4.470m, Mont Blanc.

Luna del Cazador y Auroras Australes

Ascendieron de noche, llegando a cima a las 7:45. Sin embargo las condiciones fueron muy especiales: la brillante luna llena de octubre en Nueva Zelanda, llamada Luna del Cazador, con un aurora austral que bañaba todo de luz púrpura. Pero nada más comenzar el descenso se encontraron con que al gran riesgo y dificultad había que sumar las condiciones de hielo imperantes.

Durante los 1.000 metros de pared tuvieron que gestionar el compromiso y la exposición “giro a giro”, según afirman. “Nos forzábamos el uno al otro a salir continuamente de nuestra zona de confort. Una línea que nos demandó precisión en cada movimiento, y que exigió una verdadera compenetración con el compañero y con el salvaje medio en el que nos movíamos”.

“Tras saltar la gran rimaya de la base de la pared, salimos de ella y, ya a salvo, miramos hacia arriba asombrados, siendo conscientes entonces de la riqueza de la experiencia que habíamos vivido”.

Consiguieron, de forma extraordinaria, no solo no quitarse las tablas, sino no emplear ningún rápel, aunque sí, en un tramo corto, tirando una cuerda a modo de pasamanos por si acaso

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