El artista y montañero Edward Whimper |
Ya ha llovido desde entonces. Whymper representa una época crucial en la historia del alpinismo que transcurrió antes incluso de que este noble deporte se conociera como tal. La historia de su vida es la historia de un entorno particular: el de la Inglaterra victoriana, con sus valores y sus tradiciones, que le da un carácter especial a sus ascensiones y viajes.
En el siglo XXI, en plena vorágine de la escalada deportiva y las expediciones con tecnóloga punta, resulta difÃcil retrotraerse a la época de Whymper. Por entonces, Hillary y Mallory ni siquiera habÃan nacido. Los Himalayas eran escenario de guerrillas más que de expediciones, y la vida en los Alpes se concentraba en los valles, huyendo de las inhóspitas cumbres. La conquista del Mont Blanc habÃa sido poco más que el empeño de un loco (si Saussure hubiera sido inglés, se habrÃa dicho “un excéntricoâ€). Y, sin embargo, ¿No es curioso que el conquistador del Matterhorn (el mÃtico Cervino entre Italia y Suiza) y el del Chimborazo (el techo de Ecuador) sean la misma persona? ¿Y que esa persona sea un experto... en grabados?El cervino, tal como se ve en un grabado de la época |
Por entonces, la aventura no estaba en conquistar las alturas, sino en llenar los grandes espacios en blanco que salpicaban los mapas, a la mayor gloria de su graciosa majestad, la reina Victoria. Porque en aquellos años del colonialismo, ninguna nación podÃa hacer sombra al orgulloso Imperio Británico. Era la época de los grandes exploradores del Ãfrica misteriosa, de Livingstone y Stanley, del asentamiento a sangre y fuego en la India y Asia Central. Los tiempos de la guerra de los Boers en Sudáfrica, y de Crimea en Anatolia. Los tiempos de Ruyard Kipling y los grandes viajeros. En los jóvenes Estados Unidos, la fiebre del oro de 1949 fue seguida por la guerra de Secesión. En Europa, la dura revolución industrial tiene su respuesta en el continente con las revoluciones de 1830 y 1848.
Se trata, en fin, de un periodo fascinante de la Historia, donde grandes y terribles acontecimientos se sucedÃan uno tras otro. Y, en medio de la vorágine, los ingleses seguÃan fieles a su té de las cinco, a las charlas de club, a los escándalos sexuales extendidos en voz baja y a su proverbial flema, aunque llevasen en la ropa el olor de la pólvora de Afganistán, o de la sangre de la última batalla contra los Matabeles de la futura Rodhesia.Eso sÃ, ante todo "God Save the Queen" |
Edward Whymper, en principio, no era un aventurero ni un militar. Nacido y criado en el –más bien tétrico- Londres de la Revolución Industrial, Charles Dickens y Jack el Destripador, él era un artista. Un grabador, hijo de grabador y heredero por tanto del oficio familiar, en el que entró como aprendiz a los catorce años. Sus hábiles manos demostraron desde el principio un talento especial para recrear paisajes en grabados de madera, que luego se imprimÃan. Por eso, recibió del impresor William Longman el encargo de viajar a Suiza y Francia, para dibujar y grabar diferentes paisajes de los Alpes. CorrÃa el año 1860 y Whymper tenÃa 20 años. Su trabajo, sin embargo, se convirtió en una revelación. Aunque fuera producto del XIX y de la Gran Bretaña, su obsesión por la montaña no se diferencia mucho de la que demostrarÃan más tarde George Mallory, Eric Shipton o Reinhold Messner.
Whymper cumplió bien con su tarea: reprodujo edificios y paisajes alpinos. Pero además se empeño en subir, en alcanzar las cumbres que veÃa. Primero, ascendió el Pelvoux y la Barre des Ecrins (4.103 m.) en los Alpes del Delfinado. Luego se atreverÃa con las afiladas agujas del macizo del Mont Blanc. Como sus grabados eran un éxito en sus islas natales, recibÃa encargos continuos que le permitÃan vivir entre montañas, y dedicarse plenamente a ellas. Estas primeras ascensiones, en aquellos tiempos, más que un triunfo alpinÃstico constituÃan una especie de temeridad. Quienes hoy escalan con dos piolets el bello corredor que lleva su nombre y asciende recto y franco hasta la Aiguille Verte, o la pared hasta la Punta Whymper de las Jorasses, se echarÃan las manos a la cabeza si tuvieran que realizar la ascensión con la ropa y el material de aquellos años. Cada paso suponÃa un riesgo cierto de caÃda. Cada espolón de roca ocultaba un misterio. Whymper jugaba a un juego peligroso, y lo sabÃa, como queda reflejado en sus escritos: