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Sílvia Vidal. Reflexiones sobre Sincronia Màgica, su apertura en solitario en Patagonia

Mes y medio incomunicada para su apertura.

Sílvia Vidal, en la hamaca durante la apertura de Sincronia Màgica. Foto: Sílvia Vidal
Sílvia Vidal, en la hamaca durante la apertura de Sincronia Màgica. Foto: Sílvia Vidal

Hace un mes informamos sobre la nueva apertura que Sílvia Vidal había realizado en el Cerro Chileno Grande, en la Patagonia chilena, región de Aysén.

Fiel a su estilo, la escalada la realizó en solitario, con 33 días en la pared, del 7 de febrero al 10 de marzo, mas unos cuantos de ida y otros de vuelta en cuanto porteaba todo su material a través del inhabitado valle del Chileno, 150 kilómetros en total entre todas las idas y vueltas para cargar los 6 bultos de 25 kilogramos.

Al no llevar ni radio, ni teléfono, ni internet, ni gps, durante todo este tiempo permaneció sola e incomunicada, mientras abría “Sincronia màgica”, 1.180m de recorrido, A3+/6a+, más 30 minutos de trepada hasta la cima de la aguja más occidental, que resultó no ser la cumbre principal.

El mundo al que regresó no fue el mismo que abandonó. Cuando volvió a la civilización, el planeta se confinaba, y ella con él.

Ahora nos envía unas reflexiones sobre lo vivido, tanto en su aislamiento como en el posterior confinamiento.

Sílvia Vidal realiza proyecciones, conferencias y charlas de escalada, y conferencias motivacionales. Altamente recomendables. Toda la información sobre ellas, y forma de contacto, en: www.vidalsilvia.com

Sincronia Màgica, apertura en Cerro Chileno, Patagonia, Sílvia Vidal
Sincronia Màgica, apertura en Cerro Chileno, Patagonia, Sílvia Vidal

Sincronia mágica, por Sílvia Vidal

Regresé a la civilización después de mes y medio sola en un valle de la Patagonia chilena, donde escalé una pared enorme y caótica; el Cerro Chileno Grande.

Fueron 33 días colgada en la pared, viviendo en una hamaca de ochenta centímetros de ancho por dos metros diez de largo.

No tenía posibilidad de información meteorológica, porque voy sin radio, ni teléfono, ni otro medio para comunicarme. Es una opción personal para poder experimentar la soledad y el aislamiento en toda su magnitud.

Asumo que hay un riesgo y, antes de partir, me centro en lo controlable; el material, la escasa información que pueda obtener de una pared inescalada, billetes de avión, forma física, repasar maniobras…

El resto, las emociones y sensaciones que son lo que realmente condicionará la vivencia -soledad, miedos, imprevistos, incertidumbres, frío, hambre, cansancio-, junto con la meteorología y la alegría.. ¡ya se verá!

Sobre la meteo, sabes que un clima extremo como el de Patagonia condicionará la actividad y las posibilidades de éxito. En esas seis semanas llovió, hizo viento y también salió el sol.

Solía despertarme con niebla, y por ello empezaba el día tomando una decisión a ciegas. Cuando no hay parámetros para valorar, como lo es un parte de meteo o poder ver el cielo, decido sobre la marcha si ese día; escalaré, esperaré, subiré material…

Cada día que tomas una decisión que no es efectiva es un desgaste de energía o de comida racionada que te acerca o aleja de la posibilidad de escalar la pared.

Algunos días acerté, otros en absoluto. Escalaba en estilo cápsula, así que cada varios días tenía que subir el campo varias reuniones mas arriba. Ya no tenía mas cuerda para fijar largos, y tocaba abandonar el campo 1 (tercera reunión) y montar el campo 2 (séptima reunión), para poder seguir escalando. Y el día que tocaba hacerlo no acerté. Tenía que decidir si desmontar el campamento o si esperar. Pero la segunda opción tampoco garantizaba que al día siguiente hubiera visibilidad o no lloviera.

Izando petates en Sincronia Màgica. Foto: Sílvia Vidal
Izando petates en Sincronia Màgica. Foto: Sílvia Vidal

Como no sabes lo que está por venir, escoges según el momento. Si ahora no llueve; habrá que ir. Tras unas horas izando petates, empezó a llover. Al rato, aumentó la intensidad para añadírsele el viento. Para cuando llegué a la séptima reunión y me dispuse a montar la hamaca, el viento y la lluvia eran de temporal.

La séptima reunión está en una repisa grande, con lo que haces pie y montar la hamaca es bastante más simple que estando colgada. Aún así fue un infierno; el viento era tan fuerte que tenía que agarrarla con las dos manos, faltándome otras dos para poder armarla. Cuando saqué el toldo la cosa se complicó, no tenía la fuerza para sujetarlo. Era un globo y quería volar.

Meter la hamaca dentro del toldo fue el siguiente paso… no sé si lloré o eran las gotas y el viento.

A las 12.30 de la madrugada estaba el campo montado. Tardé 4 horas y media… Estaba totalmente empapada y congelada, pero contenta de poder pasar la noche a cubierto. Sin repisa no hubiera podido.

A pesar de que hay recuerdos como éste, que están muy vivos y son recientes en el tiempo, tengo la sensación de que ya son historia. Porque la situación planetaria eclipsó esas vivencias, que dejaron de ser relevantes ante esta nueva prioridad.

Se solaparon ambos momentos, aunque me parece que sigue habiendo esa sincronía que me acompañó durante toda la expedición y que terminó por dar nombre a la vía: “Sincronia Màgica”.

Sílvia Vidal, aproximación de porteo al Cerro Chileno Grande. Foto: Sílvia Vidal
Sílvia Vidal, aproximación de porteo al Cerro Chileno Grande. Foto: Sílvia Vidal

El ritmo de allí y el ritmo ahora aquí, en confinamiento, son diferentes en cuanto a la forma, pero hay ciertos paralelismos.

Pasé de estar aislada, a estar confinada, sin margen entre medio. Las condiciones eran bastante más duras allí que aquí, pero la percepción de cada situación está supeditada al momento personal y al tiempo que dura. Cuanto más se alarga más condiciona el antes y el después.

Podemos estar acompañados y sentirnos solos, de la misma manera que podemos estar aislados sin sentir soledad. Cuando estoy allí, sola, con esa desconexión tecnológica, es cuando más conectada estoy. Las características del momento ayudan a prestar mayor atención a sensaciones que normalmente pasamos por alto. Es más fácil sentir toda esa energía cargada de buenas intenciones y pensamientos, que toda la gente que se queda aquí, me manda conscientemente para que todo vaya bien.

Cuando regreso de una expedición tardo semanas o meses en aclimatarme a la “civilización” porque hay un desfase de ritmos y la intensidad de lo vivido allí no sé como adaptarlo a lo que vivo aquí. Una vez me “aclimato” vuelvo a caer de lleno en esa velocidad que tanto nos estanca y olvido rápidamente otras maneras de estar.

Vienes de estar viviendo el día a día, segundo a segundo, sin posibilidad de proyectar más allá del qué hago ahora con la situación de ese preciso momento, para de repente sumergirte en una vorágine que no da opción a observar el momento porque todo es para ayer. Y mientras nos saltamos el momento, vamos corriendo mirando a un futuro lleno de expectativas que creemos tener controladas.

Pero esta vez regresé y el ritmo general ha cambiado. Observo la sincronía del momento y no deja de asombrarme que todo el mundo estemos en la misma situación, que no condición.

Todo se descontroló y ya nada es igual. Todo cambió, y por tanto nosotros también. Lo que de momento todavía no cambió es la necesidad de control que tanto nos limita.

En algún lugar, en algún momento deberíamos poder encontrar la magia que nos permita avanzar en esta situación. No es un esperar a que las cosas sucedan por arte de magia sino provocar que sucedan desde la magia. Esa magia que no proviene de lo que sucede sino de cómo lo vivimos y qué hacemos de ello.

Porque la magia la ponemos nosotros y cuando la ponemos las cosas se dan, fluyen y cambian con cada nuevo movimiento. Movernos para buscar otro ritmo que se adapte a las nuevas circunstancias y decidir si nos lo imponen o si nos lo inventamos.

Me inventé que podría escalar esa pared, y por eso fui.

Pensaba que iba a una pared de 800 metros, porque esta fue la información que recibí y que intenté contrastar sin mayor éxito. La pared no estaba escalada y esto implica una falta de datos.

La vía resultó tener 1.200 metros de recorrido, más 30 minutos trepando rápido hasta la aguja occidental que resulto no ser la cumbre principal, que está más lejos.

Sílvia Vidal, en la cima de la Aguja occidental al Cerro Chileno. Foto: Sílvia Vidal
Sílvia Vidal, en la cima de la Aguja occidental al Cerro Chileno. Foto: Sílvia Vidal

Cuando llegué a la zona, coincidí con un grupo de escaladores franceses que justo salían del valle del Chileno de intentar escalar la pared y estaban de regreso. Coincidimos unas horas; ellos se iban y yo entraba al día siguiente. Me contaron del mal tiempo, de las caídas de piedras y que la pared era mucho más grande de lo que creían. Calculaban que debía de tener unos 1.500 metros.

Cuando comentaron el tamaño de la pared me desanimé, porque si era tal, no llevaba la logística adecuada para escalarla; ni suficientes petates, ni recipientes para el agua, ni cuerda, ni material, ni suficientes días para intentarlo.

Entré en el valle, creyendo que iba a intentar algo que probablemente no sería posible. Pero ya que vinimos, habrá que intentarlo.

Pude ir y volver, pude estar y hacer, gracias a toda la ayuda que he recibido antes, durante y después de esta aventura.

Me ayudó gente a preparar y creer en la expedición, así como ahora a asimilarla.

Me ayudaron durante el viaje a; informarme, alojarme, alimentarme, a buscar pasaje de vuelta en el caos del momento… Y me ayudaron a portear y a facilitarme el acceso a la pared.

Hasta el poli de aduanas (en el aeropuerto de Santiago de Chile), ya de regreso, cuando me pidió el papel de ingreso.

- ¿Qué papel? (Lo había perdido)
- Señorita el formulario que rellenó a la entrada. Tiene que devolverlo a la salida, sino puede conllevar una multa.
- ¡Ah!
- ¿De dónde viene?
- De Villa Cerro Castillo, en Aysén (Nota: Población actual 500 habitantes y a unos 2.000 Km de Santiago de Chile)
- ¡No me diga, si yo nací allí! Pase, pase, pero la próxima vez no lo pierda
- Ehhhh, bonito sitio, sí. Gracias, gracias

Pues eso, muchas gracias a todos. Por compartir vuestra magia.

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