“Ayer, cuando bajaba del Campo 2 después de pasar tres días y tres noches, y ya en el glaciar final, me agaché a coger agua de un riachuelo que bajaba y, mientras mi cantimplora se llenaba, pensé en todos vosotros. Pensé en la fuerza que transmitís y en cómo podría agradecéroslo. Estaba contenta del trabajo que habíamos hecho esos días arriba; todo era perfecto y no sabía como expresar mi felicidad.
Hemos pasado cuatro días y tres noches muy duros, pero a la vez bonitos. La sensación no es de cansancio; es de satisfacción.
El miércoles subimos directos al Campo 2 desde el Campo Base: unos 1300 metros de desnivel. Nos costó unas 6 horas subir, y mucho esfuerzo, sobre todo porque hacía mucho calor y el glaciar que hay que cruzar pasado el Campo 1 se está abriendo mucho, cada día aparecen más grietas.
El jueves por la mañana nuestra intención era ojear el camino antes de entrar en el cono que teníamos que equipar hacia el Campo 3. Saliendo del Campo 2 entramos en la parte superior del glaciar donde, cargados con 500 metros de cuerda para fijar, sorteamos otras cuantas grietas hasta llegar, tres horas más tarde, a la base de la pared. Al día siguiente, con la ruta abierta, haríamos ese mismo tramo en sólo una hora y media.
Encontramos la entrada al cono a nuestra derecha, desde un pequeño serac que parecía protegernos de las avalanchas que pudieran caer desde arriba… o por lo menos psicológicamente ayudaba. Nos preparamos para entrar en la zona más peligrosa. La tensión era grande en el equipo: es algo que se nota cuando las voces son más altas, y cuando las cosas se repiten muchas veces. Para nuestra sorpresa la entrada resultó muy accesible, ya que en algunas ocasiones se suele abrir una grieta entre la pared y el glaciar y complica el acceso, pero en esta ocasión estaba muy fácil.
Asier y Nacho encabezaron el primer largo, los 100 primeros metros, que son los más expuestos a las avalanchas. A ellos se les veía tranquilos; la verdad es que lo hicieron fenomenal. Cuando se les terminó la cuerda, subimos nosotros con más. Así, a lo largo de casi cinco horas, conseguimos equipar los 500 metros más complicados del Annapurna. Fue un trabajo duro; más que físicamente exigente, psicológicamente muy estresante. Al caer la noche, de vuelta al Campo 2, a todos se nos veía más relajados: lo difícil ya estaba hecho.
Ya tenemos abierta la ruta hacia el Campo 3, por lo que en nuestra próxima ascensión subiremos hasta allí, plantaremos nuestras tiendas, pasaremos la noche y a la mañana siguiente comprobaremos las condiciones de las secciones superiores, ya que por encima del Campo 3 se alza un muro de hielo que suele complicar bastante las cosas. Pero esto ocurrirá la semana que viene.
Resumiendo; como veis, las cosas en la montaña van muy bien y estamos muy contentos. Por desgracia, sin embargo, no todo son buenas noticias. Ferrán Latorre sufrió un accidente ayer durante el descenso. Tuvo una mala caída que al parecer le ha dañado seriamente el ligamento cruzado de la pierna derecha. Debe regresar a casa.
Este contratiempo ha relegado a un segundo plano la alegría del trabajo bien hecho de los últimos días, y nos hemos quedado muy tristes. Deberíamos estar contentos porque el accidente no ha sido grave, pero sentir que se va, que nos deja, resulta duro tanto para él mismo como para nosotros.
Estos últimos años hemos realizado juntos todas las ascensiones y justo ahora, en la recta final, va a faltar una de las personas más importantes del equipo: un cámara de altura excepcional, pero sobre todo una persona que me conoce, que sabe interpretar cada uno de mis movimientos y expresiones. Ferrán es, en definitiva, uno de mis mejores amigos… y mi proyecto sólo tiene sentido con mis amigos.
Lógicamente, estamos un poco desanimados; pero vamos a poner todo el esfuerzo del mundo para animarnos otra vez y tirar para arriba.
Lo dicho; no todo está siendo bueno, pero poco a poco también saldremos de ésta. De momento vamos a descansar unos días en el Campo Base: necesitamos recuperarnos en todos los aspectos, y planear los próximos pasos.
Besos a todos.”
Edurne Pasabán