El debate continúa. Aunque está centrado en la Directa a la Visera, el fondo de la cuestión es el respeto tanto a las diferentes formas de entender la escalada como al espíritu de aquellos que decidieron abrir siguiendo un estilo. Algo que desde luego no tuvieron en cuenta aquellos que equiparon como deportiva esta vía legendaria, destruyendo algo único que se creó con un estilo y espíritu determinados, un hito en la escalada española, para legar a la posteridad algo que puede encontrarse en cualquier sitio y lugar.
Rafael García Romero, Víctor Velilla Suñer y David López Olea pretenden restaurar esta vía, devolviéndole su espíritu tradicional. Para evitar problemas, y en un acto ético, han pedido permiso a los aperturistas de la misma, Antonio Gómez Bohórquez y Mariano Lozano Miñano, antes de comenzar. Ambos han decidido, y para que no haya dudas, dar su permiso moral por escrito a estos 3 escaladores para la restauración de la misma.
Esta decisión, la de poner por escrito su permiso, ha sido motivada por algunos incidentes acaecidos en los que se ha llegado a agredir a algún famoso aperturista clásico que pretendía restaurar alguna vía reconvertida en deportiva para devolverla a su estado original. De esta forma, se pretende que quede claro que todo se realiza con el permiso de los creadores de la ruta, en los que recae la autoridad moral y ética sobre el estilo.
Para poneros en antecedentes sobre este debate, os recomendamos la lectura del artículo titulado “La Visera; Historia de un desplome”, que junto a Antonio Gómez Bohórquez escribimos para el número 42 de nuestra revista Cuadernos Técnicos. Pinchando aquí podéis consultar la versión digital del mismo:
En él podréis leer como fueron aquellos días de enero de 1978, cuando en mitad de una gran ola polar, con abundantes nevadas y frío intensísimo Sevi y Mariano consiguieron vencer el gran reto con el que en aquellos años soñaban los escaladores de la península.
Y lo que aquí viene son las declaraciones actuales de los aperturistas. En las fotos podéis ver el permiso por escrito para la restauración. Y al final reproducimos lo que Sevi escribió en el artículo de Cuadernos Técnicos sobre su transformación en equipamiento de deportiva:
“Mariano Lozano Miñano y Antonio Gómez Bohórquez estamos tan a favor de la escalada deportiva como de la tradicional.
Nos gusta la escalada deportiva porque resulta cómoda y potencia con mínimo riesgo la motricidad para superar altos grados de dificultades.
Defendemos la escalada tradicional, con la que aprendimos a escalar, porque además desarrolla las capacidades orientativas y resolutivas, el ingenio para protegerse y otras cualidades psicológicas.
Sin embargo, manifestamos nuestra oposición a la corriente hegemónica deportivista empeñada en equipar, o adecuar a sus limitaciones psicológicas, cuantas vías clásicas se le antoja.
Nos preocupa esta tendencia de pensamiento único, incapaz de distinguir, de valorar o de respetar otras maneras de entender la escalada.
Tan irreflexiva mentalidad motiva o justifica regulaciones e incluso el cierre de algunas zonas de escalada. Ha destruido gran parte de nuestro patrimonio de vías clásicas. Amenaza con extinguir el concepto y los valores de la escalada tradicional de cada lugar.
Los debates sobre este problema en estos últimos años han producido más antagonismos que resultados satisfactorios para las partes implicadas.
Se conocen casos, aunque pocos, de escaladores que intentaron agredir a otros que pretendían restaurar --para adecuar de nuevo a la escalada tradicional-- vías clásicas que fueron transformadas en deportivas de modo arbitrario.
Para evitar futuras agresiones, algunos restauradores consideran conveniente, y ético, llevar al menos una aprobación firmada por los aperturistas de cada vía que requiera restauración o equipamiento para escalada libre autoprotegida.
Creemos que esta adecuación debería contar también con el consenso de una parte representativa de la comunidad escaladora.
No obstante, aprobamos la futura restauración de nuestra vía Directa, en la Visera de los Mallos de Riglos, propuesta por:
Rafael García Romero
Víctor Velilla Suñer
David López Olea
Información histórica sobre escalada en la Visera y el aludido equipamiento se encuentra a través de los enlaces:
http://a0avista.blogspot.com/2009/03/equipamiento-de-la-directa-la-visera.html (Artículo de Cuadernos Técnicos Barrabés)
http://desnivel.com/revistas/object.php?o=18899”
(Las declaraciones pueden también consultarse en el blog de Antonio Gómez Bohórquez, http://andesinfo.blogspot.com/)
Confesiones y opiniones sobre el equipamiento de la Directa a la Visera
Por Antonio Gómez Bohórquez (Sevi)
Con tantas comisiones de estudio, de preservación, de protección, de asesoramiento, de acuerdos sobre regulación, etc. todo parece avocado a establecer una Dirección General de Tráfico para vías de escalada. Y no hablemos del proceso de criminalización que sufre la práctica de la escalada debido a burócratas pseudoecólogos y afines. Por todo esto, a estas alturas de las discusiones sobre aperturas, restauraciones, «preparaciones» y equipamientos de vías parece anacrónico que alguien decida por su cuenta y riesgo, sin el consenso de las comunidades escaladoras, equipar una ruta considerada clásica para adecuarla —en parte o en su totalidad— a la denominada, con dudoso acierto, «escalada deportiva». Esto último es lo ocurrido en la Directa a la Visera, si ando bien informado. Sin duda los autores de este equipamiento actuaron de buena fe, para beneficio de la comunidad escaladora. Cuando somos jóvenes ignoramos demasiado, creemos que lo sabemos todo y solemos anteponer la acción a la reflexión. Así que antes de reprobar actos ajenos debemos reconocer nuestras culpas, porque cuanto ocurre hoy es consecuencia de nuestra pasada ignorancia o continuidad de lo que empezamos hace tiempo.
Recordemos las críticas que recibió el joven Jesús Gálvez cuando en octubre de 1980 colocó un «buril» en la vía Villaverde de Terradets (en Lleida), o los posteriores descuelgues desde las feixas (repisas) para ensayar pasos y equipar vías con clavos, buriles o spits, o el método de equipamiento de la controvertida —sobre todo por su nombre— «Me cago en Dios» en la Pedriza madrileña. Basten estos ejemplos para colegir, y reiterar, que somos la causa de unas consecuencias que ahora intentamos remediar mientras valoramos la conveniencia de medidas preventivas, urgentes, contra la mentalidad hegemónica de la escalada deportiva que amenaza nuestro patrimonio de vías clásicas. Tal amenaza conlleva el peligro de marginación o desaparición de valores de la «escalada tradicional», llamada incorrectamente «escalada clásica».
Confieso haber restaurado tramos y desequipado varias, muy pocas, vías de colegas con la intención de mejorarlas; es decir, de facilitar la escalada libre en pasajes superados hasta entonces con escalada artificial. Primero restauré pasajes con mi sentido heredado de la escalada tradicional española. Después, a mediados de 1980, empecé a desequipar las vías que consideré oportuno de manera radical y arbitraria. Estaba influenciado por la mentalidad tradicional inglesa de la escalada libre, con las ideas más claras sobre la diferencia entre dificultad y riesgo aunque no tanto en cuanto a contextos.
Para nuevos escaladores con los conceptos difusos aún, expliquemos grosso modo las principales diferencias entre la escalada tradicional y la escalada deportiva. En la escalada tradicional española abrimos las rutas desde abajo. «Abrir» significa ‘escalar por donde nadie escaló’. Tanto en la apertura como en sucesivas repeticiones tradicionales el riesgo es intrínseco. Éste se contrarresta con la pericia para asegurarse, sea con fisureros o clavijas, donde lo permitan las hendiduras o las protuberancias rocosas. A falta de éstas, algunas comunidades escaladoras suponen que la escalada tradicional admite recurrir al buril o taladro manual cuando el sentido de la ética personal lo asume; aunque escaladores más puristas lo reprueben. Añadamos que en la escalada natural (solo integral) no usamos cuerda ni otros medios manufacturados para asegurarnos, y puede formar parte de la tradicional. Procede aclarar que la escalada tradicional inglesa es lo que llamamos pura escalada libre, reprueba por lo general el material de percusión (martillos, clavos, buriles) para asegurarse, hasta descalifica el acto de sujetarse a los fisureros para descansar o avanzar en una vía, y al graduar distingue dificultad y riesgo. En la escalada deportiva, de cualquier país, el riesgo resulta indeseable. Por esto las vías deportivas, en vez de abrirlas, solemos prepararlas o equiparlas desde arriba. Entendamos por «preparar» la ‘acción de limpiar la ruta (si fuese necesario) y poner seguros donde nadie había escalado’. Así, al bajar por la cuerda, podemos detenernos para colocar un sólido sistema de seguridad donde dicte nuestro criterio, y consideramos válido recurrir incluso a taladros electromecánicos y a pegamentos o argamasas sintéticas para fijar anclajes o consolidar presas. En fin, en la escalada tradicional aceptamos las limitaciones del medio al asegurarnos. En la escalada deportiva adaptamos el medio a nuestras limitaciones.
Volviendo al tema de la vía que nos ocupa, anotemos que la escalada artificial no era para mi compañero Mariano Lozano ni para mí una modalidad de la tradicional sino un recurso poco ético, a veces molesto, paradójicamente lícito cuando se trataba de «conquistar» una pared como la Visera. Al horadar la roca con el buril, para introducir a martillazos un pequeño tornillo, sentíamos disminuir el valor de la vía y el de nuestra capacidad escaladora. En este sentido, la ambición nos impidió dejar esta apertura del extraordinario mallo para una generación mejor capacitada o con medios más sofisticados. Al cabo del tiempo, uno de los entrañables niños de Riglos nos comunicó por carta que una cordada que intentaba repetir la escalada de la Directa a La Visera añadió buriles, con la excusa de que los aperturistas habíamos roto la roca al recuperar nuestros seguros. Tuvimos la impresión de que tal cordada era incapaz de admitir su limitación, bien fuera técnica o psicológica.
Nadie está obligado a pedir el consentimiento de los aperturistas de una vía para repetirla con otros medios, equiparla o restaurarla, por supuesto. Solemos pedirlo por razones éticas, claro está. No obstante, si nuestra actuación individual afectara a otros, parece lógico que debamos pedir opinión a las comunidades escaladoras de diferentes mentalidades o tendencias.
En nuestra actual coyuntura y contexto, con el avance de dicha hegemonía, las románticas propuestas de libre albedrío o las reivindicaciones del carácter anárquico del espíritu de la escalada tradicional pueden ser tan deseables como utópicas. Seamos realistas. Conocemos la raíz del problema: la mayoría de homo sapiens no somos tan sapiens. Así, pues, cuando la diversidad corre peligro por nuestras ignorancias, arbitrariedades, desconsideraciones o limitaciones procede recurrir a grupos de trabajo para analizar problemas, divulgar recomendaciones o, lo que es peor, establecer regulaciones mal que nos pese; aunque se cumpla la obviedad: “creamos problemas a mayor velocidad que soluciones para atajarlos”.
Quizá el moderno equipamiento de la Visera pueda ser tan positivo como una restauración con criterios tradicionales para el desarrollo mental y físico humano. Aun así fuera, hubiera convenido pedir la opinión, de los aperturistas y de otros afectados, no sólo por razones éticas sino por la posibilidad de enriquecer la adecuación de la vía con sugerencias, de otros enfoques, que aportaran originalidad al panorama de la escalada española. En nuestro caso de aperturistas hubiéramos sugerido a los equipadores de la Directa que, al tratarse de una vía considerada clásica, la restauraran respetando en la medida de lo posible la mentalidad tradicional.
Para entender y solucionar los problemas que aquejamos deberíamos ser honestos, al menos con nosotros mismos. Quienes estemos incapacitados para asumir los retos de la escalada tradicional, o de una vía clásica concreta, tenemos otras opciones en los innumerables recorridos propios de la escalada deportiva. Quienes aspiremos a conducir en la Fórmula 1 debemos estar a la altura de las circunstancias o prepararnos para estarlo, sin pretender amoldar a nuestras limitaciones las infraestructuras, el nivel de riesgo ni la dificultad de la competición. Quienes carecemos de conocimientos para interpretar una partitura de música clásica, o de suficiente destreza para representarla con instrumentos, ¿tenemos derecho a desvirtuarla escribiendo encima una divertida versión rap? Será más razonable buscar otro soporte donde escribirla, porque con nuestra irreflexión hemos reducido demasiados lagos de los cisnes a charcos de los patos. Sería lamentable ver todas las vías clásicas convertidas en una especie de palimpsestos porque lo decidiéramos un grupo de escaladores con pensamiento propio de fundamentalistas, incapaces de contextualizar objetivamente diferentes ideas en el sistema del que formamos parte aunque pretendamos ignorarlo.