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60 años de la Rabadá-Navarro a la oeste del Pico Urriellu; 60 años de mito. Crónica de los protagonistas

Tal día como hoy hace 60 años, los escaladores Alberto Rabadá y Ernesto Navarro se encontraban en plena apertura de la primera vía en la cara oeste del Naranjo de Bulnes, aumentando un prestigio que pronto se transformaría en leyenda. Una ruta enorme, lógica, bellísima, comprometida y audaz que sigue manteniéndose como un referente de actualidad.

Rabadá y Navarro, en la apertura de la oeste de Urriellu
Rabadá y Navarro, en la apertura de la oeste de Urriellu
La cara oeste del Naranjo de Bulnes (Picu Urriellu) es aceptada unánimemente como la escalada más mítica de la geografía española. Abierta a lo largo de cinco días en dos ataques diferentes durante el mes de agosto de 1962, comenzando el 15 y alcanzando la cumbre el día 21, cumple en estos momentos 60 años de su apertura.

Abierta por Alberto Rabadá y Ernesto Navarro, “la vía soñada” como así la denominó Rabadá, representa un alarde de creatividad, fuerza y recursos en una pared que permanecía virgen por aquel entonces. Vía reconocida hoy como “imprescindible”, conserva intacto el halo mítico que la cordada imprimía a sus realizaciones.

Durante la ascensión, al igual que sucedió en el espolón del Firé, los escaladores grabaron una película editada posteriormente por Miguel Vidal y que nos muestra las progresiones y dificultades de la cordada.

Reproducimos aquí el texto que Alberto Rabadá escribió para el número 68 del Boletín de Montañeros de Aragón en el que explica en primera persona la experiencia de la apertura de esta gran vía.

En la boda de Bescós, en el Refugio de la Peña, de Montañeros de Aragón. De ahí partieron hacia Asturias
Por no alargar innecesariamente el artículo, no hemos transcrito los días previos al asalto en los que Rabadá explica lo acontecido desde la boda de José Antonio Bescós en el Refugio de La Peña, al lado de Riglos, hasta el acceso al pie de vía. En él cuenta también el viaje que realizó un mes antes desde Santander en compañía de J.M. Aja y R. Amorrortu para explorar la pared.
La impresionante cara oeste del Naranjo. ¿Como se atrevieron los pioneros? Foto: Barrabes
La impresionante cara oeste del Naranjo. ¿Como se atrevieron los pioneros? Foto: Barrabes

La vía soñada. Cara oeste del Naranjo de Bulnes. Por Alberto Rabadá.

15 de agosto.

El clásico ritual de la preparación al pie de pared tiene hoy para mí un sabor distinto al de otras ascensiones: ¡por fin me veo ante la realidad de tantos sueños e ilusiones forjados desde que por primera vez (de esto hace ya siete u ocho años) viera la efigie de esta apasionante pared en una revista de montaña!

Hace de esto unos cuatro años: fue mi primer intento formal de establecer contacto con ella, junto con Domingo Arenas, de Barcelona, y dos compañeros más. A última hora tuvimos que desistir de ello por haber sufrido el primero una gran descarga que lo dejó, muy contra su voluntad, inutilizado para el resto de la temporada.

Por problemas laborales no había podido en los años siguientes volver a la carga, siendo a primeros de este año cuando decidimos con Navarro (que también tiene los suyos) solucionar éstos, de manera que podamos disponer del tiempo suficiente para un ataque en serio…

¡Comenzamos! El primer largo de cuerda nos sitúa en unos nichos herbosos, bajo una gran entosta que se inicia a unos 30 metros del suelo terminando unos cien más arriba.

El segundo corre a cargo de mi compañero… enseguida compruebo, a juzgar por sus jadeos, que no desmerece la opinión que de él nos habíamos formado… pronto necesita emplearse a fondo consiguiendo ganarle metros a la pared a costa de deshacerse los nudillos al intentar clavar los tacos de madera, escarpas y demás “ferretería” en esta semiciega fisura que durante cuarenta metros en continuo extraplomo lo conducirá al fin sobre la inestable fisura donde hacer reunión.

Nueva tirada (esta vez menos “agresiva”) y alcanzo un pequeño resalte donde, tras recuperar la mochila (que pesa como el plomo) y a mi compañero, que a su vez, recupera el material, nos preparamos a pasar nuestro primer vivac.

Inicio de la gran travesía. Foto: Barrabes

16 de agosto.

Mientras nos acomodamos en este “aéreo lecho” sobre la incómoda llambría que para este segundo vivac nos ha tocado en suerte, repasamos la labor del día…

Al igual que ayer, hoy también ha habido que “bregar”… La culminación de la entosta tras dos largos no muy difíciles… El arranque de ella por un tramo de pared lisa donde entre algún que otro buen clavo hay que usar de nuestra “artesanía rigloide”, ferretería corta… “pitoches”, “pitonisas”, con taquetes de madera…

El corto desprendimiento al intentar forzar una placa de unos seis a ocho metros (más bien escasa de posibilidades) que nos separaba del principio de esta gran cicatriz en cuyo centro ahora nos encontramos, ¡eso sí, dispuestos, a pesar de lo incómodo de la postura, a apurar las pocas horas de descanso que nos brinda esta neblinosa noche.

Gran travesía desde la guitarra. Foto: Barrabes

17 de agosto.

Siguiendo la Cicatriz en toda su longitud (un largo de cuerda de los más bonitos de toda la pared) logra situarse Navarro junto a dos pequeñas oquedades que ya adivinábamos desde el suelo, punto de partida, según nuestros planes, para alcanzar el centro de la pared propiamente dicho, situado a unos –calculamos- cuarenta o cincuenta metros a la izquierda.
Final de la cicatriz. Foto: Barrabes
Final de la cicatriz. Foto: Barrabes
A pesar de que al principio la pared ofrece algo de defensa, pronto se vuelve hostil, teniendo que echar mano, al fin del nada simpático Ramplux para poder progresar por ella.

Todos mis esfuerzos de tirar en diagonal se ven estrellados contra la configuración de la pared, que cada vez me va desviando más de la ruta preconcebida, encontrándome al final de la tirada situado treinta metros por encima de mi compañero, en lugar de estar a la izquierda, que era nuestro propósito.

Son ahora los esfuerzos de mi compañero los que se ven rechazados por la misma causa. Tratando de buscar un punto vulnerable ha remontado unos quince metros alcanzando una pequeña entosta desde donde se descuelga en péndulo unos metros… después de interminables probatinas decide que por allí tampoco es factible.

Como la noche ya se nos acerca, recupera el material colocado y regresa junto a mí… ¡y a deliberar se ha dicho!

Sopesamos las posibilidades en pro y en contra. Por una parte todavía doscientos cincuenta metros o más de pared por resolver, pared que, por lo que juzgamos, igual puede costar tres o cuatro días más, y comida y agua sólo queda para dos días escasos. Esto, junto con la duda de ¿y si hubiera que abandonar desde el otro lado de esta travesía, quizás ya en malas condiciones físicas por el esfuerzo de una a dos jornadas más de –no nos cabe la menor duda- dura batalla?

Por otra parte, convenir en que hacer montaña nunca nos supuso llevar las cosas a límites que pudieran ser nefastos, nos hace ponernos de acuerdo rápidamente en cuál va a ser nuestra conducta… ¡Haremos un entreacto!, como en las películas de largo metraje.

Ya tomada la decisión, la inmediata es buscar la salida. Ésta la efectuamos con un largo de cuarenta metros por una cornisa que tenemos a nuestra altura (cornisa que llamaremos del Entreacto) y que desemboca en un gran circo, al que en recuerdo de los montañeros santanderinos bautizamos el “Sardinero”… en él pasamos la noche bastante confortablemente.


Inicio del Gran Diedro

Días 18 y 19.

De estos dos días el recuerdo ya es más fugaz; salir del circo del “Sardinero” por una cresta que lo limita con la canal de Tiros de la Torca con ayuda de algún clavo, descenso por la canal de la Celada hasta alcanzar el refugio, donde podemos contemplar a nuestro placer el “camino” recorrido y el que queda por recorrer de esta pared que, vista de nuevo, ahora, desde aquí, parece imponer más respeto.

Con el fin de mercar más provisiones nos dirigimos al parador de Áliva. De aquí nos encaminamos a la mina, donde podremos adquirirlos a un precio más “montañero”, siendo acogidos con un agradable trato de los muchachos que trabajan en ésta, al cual nosotros procuramos corresponder haciendo pronto una sana corriente de simpatía. Aquí pernoctamos.

Nuevo contacto con bilbaínos en Cabaña Verónica y apacible paseo hasta encontrarnos otra vez en el refugio Delgado Úbeda, donde me las valgo (modestia a un lado) para que Navarro me felicite por el soberbio condumio que preparo, el cual tengo que repetir a petición suya, pues le ha sabido a poco.

Mientras ascendemos por la canal de los Tiros de la Torca, ante la visión que se nos ofrece de la pared, llegamos a la conclusión de ¡qué miedo!... ¿y si nos fuéramos a la playuca de San Vicente de la Barquera?... ¡Pero no! ¿Qué diría Villarig? ¡Apunta, Navarro! ¡Por eso!

20 de agosto.

Con la noción del tiempo ya perdido –no sé cuántas horas está durando este largo de cuerda-… ensimismado en mis pensamientos he ido avanzando poco a poco hasta alcanzar una pequeña entosta donde ¡al fin! coloco un par de buenos clavos en directo; con cuatro clavos más –de ellos, dos “expansivos”- alcanzo otra entosta donde, ¡sorpresa!, cuando ya creía tener la travesía dominada, resulta que el punto queda todavía unos quince metros más a la izquierda y unos veinticinco por debajo de donde me hallo.

Descuelgüe de la Gran Travesía. Foto: Barrabes

Al ver mi desencanto, Navarro me sugiere que descuelgue unos metros en Dülfer para ver qué se ve. Así lo hago y, conforme me va soltando cuerda, vuelven a mí los deseos de vencer que por un momento me habían flaqueado ante esta (suponía) nueva tentativa frustrada.

Lo que un poco quiméricamente pensamos en Zaragoza, ha sido la solución para resolver este problema… Gracias a este péndulo he conseguido acercarme a unos ocho metros del punto deseado. Las cuerdas no dan más de sí… es necesario parar en plena pared. Coloco dos buenos clavos y, suspendidos de ellos sobre estribos, paso la mochila (nuestra inseparable compañera). A continuación Navarro hará una serie de arriesgadas y hábiles maniobras de cuerda que me permitan disponer de ella para alcanzar la ansiada cornisa.

Se está ocultando el sol cuando al fin nos vemos reunidos en ella, no sin antes haber dejado colocado, y fijo a buenos clavos, un pasamanos de unos cuarenta metros para que “en caso de emergencia” en “un momento dado” nos asegure el retroceso de esta travesía, que tan en jaque nos ha tenido.

Aún aprovechamos las últimas claridades para remontar otra cornisa, donde preparamos nuestro vivac.

21 de agosto

¡Hoy estamos contentos! Contra lo que esperábamos, es ya nuestro cuarto largo de cuerda y la pared cada vez va oponiendo menos resistencia. Otro largo más y Navarro alcanza una gran plataforma situada a unos trescientos cincuenta metros del suelo, la cual decido llamar “Plaza de Rocasolano” en recuerdo de la popular plazuela de las Delicias, en Zaragoza.

Aún quiere la pared oponer alguna resistencia, que pronto se ve arrollada por el empuje de Navarro, a golpe de pitoche y escarpa domina un aéreo y bonito paso que le hace gritar de júbilo.

Otro largo –esta vez a mi cargo-, y de pronto me encuentro a caballo en la arista entre la cara oeste y la norte, suspendido sobre la entrada de la canal de la Celada que se ve allá abajo… muy abajo.

Los largos de cuerda se suceden ya con rapidez: la inclinación de la pared y la abundancia de presas buenas y seguras permiten subir al segundo con la mochila puesta. Aún hay que colocar algún clavo… usar pies y manos en continua progresión. De pronto, ¡sobran las manos, los clavos… pisamos terreno llano!... ¡Es la antecima! Unos metros más, entre peñascos castigados por el rayo durante años y años, y alcanzamos el montoncete de piedra donde nos encontraremos el buzón-registro en el que dejamos la pequeña huella de nuestro paso; pequeña, comparada con la que la “excursión” por tan noble y hermosa pared nos ha dejado a nosotros.

¿Te acuerdas, Navarro, de lo prometido?... Mas líbranos del mal. Amén.

Rabadá y Navarro, nada más descender de la cima del Naranjo, con un joven amigo (¿El hijo de Amorrurtu?)

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