Hervé Barmasse, 1ª encadenamiento invernal de todas las cumbres del Gran Sasso
67km, 7.200m de desnivel positivo entre crestas, muros, crampones y esquís: puro alpinismo de invierno, autónomo y en solitario.
Hace 3 semanas informamos de la escalada al Filo Sureste del Cerro Torre que habían conseguido Marc Toralles, Ignacio Mulero y Tasio Martín. Aquí está la crónica completa de la actividad.
La historia de las escaladas al Cerro Torre ha sido, desde sus inicios, algo convulsa. Hoy en día, es comúnmente aceptado lo incierto de la autoanunciada primera por parte de Cesare Maestri en 1959. También causó polémica su escalada en la cara sureste en 1970, empleando para ello un compresor, que sigue en la montaña, y creando su famosa escalera de bolts.
En 2012, Jason Kruk y Hayden Kennedy escalaron en libre esa pared, a través de la arista sureste, buscando variantes a la ruta de Maestri en las zonas más complejas. En el descenso arrancaron la escalera de bolts, lo cual volvió a ser motivo de bastante escándalo, detectándose un cierto interés por el asunto incluso en la judicatura local, ya que la comunidad de El Chalten había decidido mantenerla como elemento histórico.
De esa manera, abrieron la vía del Filo Sureste. Hace un mes dimos la noticia de la repetición de esta escalada, en condiciones bastante precarias, por parte de Marc Toralles, Ignacio Mulero y Tasio Martín.
Aquí está la crónica completa de la actividad.
El Cerro Torre es una montaña especial para todo alpinista. Sus paredes han sido testigo de la evolución del alpinismo durante varias décadas, y en ellas han tenido lugar escaladas de importancia histórica.
Una de sus vías más emblemáticas y representativas es el Filo Sureste, tanto por los repetidos intentos que recibió durante décadas como por la controversia relacionada con la vía del compresor. Nosotros, como tantos otros, habíamos soñado con subir por esta pared, y conocer así, de primera mano, las historias que escondía.
Marc y Tasio habíamos quedado en el Chaltén el 5 de enero. Allí coincidimos con Nacho, que ya llevaba unas semanas instalado para escalar el Cerro Torre con Carlos Suárez. Habían conseguido llegar hasta el Col de la Paciencia, pero no pudieron continuar y Carlos se volvía a casa. Así que nos juntamos los tres, con la intención de aprovechar el buen recibimiento que Patagonia nos brindaba en forma de ventana para los siguientes días. Hicimos un pequeño porteo a la Laguna Torre, después dos días de preparativos organizando la comida y el material, y el 9 de enero salimos del pueblo.
Durante la aproximación hasta el campamento Niponino, el Cerro Torre se mantuvo entre las nubes. El día anterior había precipitado bastante y con mucho viento, lo cual apuntaba a una pared cubierta por hielo y escarcha. Al día siguiente, la montaña se asomó entre las nubes, y nuestras peores sospechas se cumplieron: la vía estaba llena de nieve, tanto en su parte inferior como en el headwall.
La cordada italiana con la que compartíamos objetivo decidió renunciar, dadas las condiciones impracticables en las que se encontraba la ruta. Nosotros seguimos, asumiendo que lo más probable sería tener que darse la vuelta más arriba.
Poco a poco, no sin demorarnos más de lo previsto debido a la cantidad de nieve reciente, superamos los 400m de terreno mixto hasta el Col de la Paciencia. Fueron unos 10 largos en total, con varias secciones de hasta M5.
En el collado, para estar más resguardados del viento, decidimos montar la tienda dentro de la rimaya y descansar hasta el día siguiente. La montaña seguía sumergida en las nubes.
El 11 de enero necesitábamos un día despejado. Habíamos asumido por completo que las fisuras de la parte inferior de la vía estarían heladas y con nieve, lo que nos ralentizaría mucho la progresión. Sin embargo, en la zona intermedia y especialmente en el headwall era necesario que el sol limpiara la roca.
Dadas las malas condiciones de la vía y los tiempos que podríamos cumplir, si teníamos una pequeña probabilidad de llegar a la cumbre era durmiendo en las Torres de Hielo, debajo del headwall. Esto suponía escalar dos tercios de la pared (unos 600m) con la mochila pesada a la espalda, con el material de vivac.
Necesitábamos sí o sí una mañana despejada, y así fue. Salió un día precioso, un amanecer mágico. Y esto nos motivó a seguir. Empezamos a escalar con las primeras luces del día, y ya desde el inicio tuvimos que esforzarnos en cada largo para limpiar la nieve de las fisuras con el piolet para poder protegernos y avanzar. El sol radiante limpiaba poco a poco de nieve la cara este del Cerro Torre. Superamos varios largos de 6b/c, hasta llegar a uno de los primeros largos clave de la vía: el famoso 7c/8a liberado por David Lama.
Estaba ligeramente mojado, y nos decidimos por la fisura original de la apertura, un largo de artificial protegido con micro-friends y una salida en libre sobre roca mojada muy expuesta. Dos largos de sexto grado difíciles y expuestos nos depositaron bajo las Torres de Hielo, lugar donde debíamos ser capaces de montar la tienda para pasar la noche.
El tiempo se nos echaba encima. Ya eran las 9 de la noche, y seguíamos progresando entre las Torres de Hielo en busca de una zona para vivaquear. 100m después, con alguna sección de 85º y tramos de mixto, observamos el único lugar posible donde montar la tienda: una pequeña arista de nieve/hielo que habría que aplanar. 2 horas picando hielo con el piolet, mientras uno de nosotros organizaba el material y fundía nieve. Al fin, ya de noche, conseguimos una repisa suficiente para la tienda. Cenar, hidratarse y a dormir.
Eran las 2 de la madrugada, así que teníamos pocas horas para descansar. Pasamos la noche atados, pues la tienda cabía justa en la repisa, y el ambiente del lugar, con los más de 1000 metros de pared por debajo, imponía.
Después de 3 horas, suena el despertador. 12 de enero. Ese día, igual que el anterior, necesitábamos una mañana soleada para mantener viva la esperanza de subir hasta la cumbre. Y la naturaleza nos regaló un amanecer difícil de olvidar. Nos esperaban dos largos de hielo difíciles, especialmente el segundo, uno de los largos clave de toda la vía: una chimenea muy estrecha de 60 metros y WI5+, con alguna sección expuesta en la que tuvimos que recurrir a recursos de escalada artificial para progresar. Así, llegamos a la base del famoso headwall; una pared lisa, compacta y vertical de casi 200 metros que sale directamente a la cumbre del Cerro Torre. 4 largos de roca nos separan del hongo final.
El primer largo es V+, en principio fácil pero las lajas resuenan tanto que la progresión es lenta. Además, encontramos nieve en las fisuras. La tónica general de la ascensión.
El segundo largo ya nos intimida más. Un 6c de 60m con infinidad de lajas sospechosas, nieve dentro de ellas y cascadas de agua debido al sol que la derretía. El signo de exclamación que aparece en la reseña estaba más que justificado. Tuvimos que dividir el largo en dos, resultando ser una de las secciones más tensas de toda la vía, tanto para el que escala como para los que están en la reunión. Así, llegamos a los famosos largos de séptimo grado. Aquí tuvimos que esforzarnos mucho para navegar de lado a lado por un mar de granito compacto, sin fisuras evidentes. Se trata de una escalada técnica, con algunas lajas donde protegerse y pasos de placa obligados. Largos que se deben escalar con la cabeza fría, y que requieren su tiempo.
Además, alguna de las secciones clave estaba mojada, y esto nos hizo incluso pensar por varios minutos que no seríamos capaces de pasar en el último largo, el más difícil de todos. Pero al final lo conseguimos, ya estábamos en la última reunión, tocando la nieve del hongo cimero. Desde este lado, el famoso hongo somital del Cerro Torre es fácil, así que nos pusimos las botas y disfrutamos de los últimos metros hasta la cumbre. Eran las 4 de la tarde.
Nos invadía un sentimiento muy fuerte de alegría, mientras se nos aparecía el campo de hielo patagónico hacia el horizonte. Estar ahí arriba fue una sensación especial para los tres. Una montaña única, por una vía mítica y en un lugar mágico. Una escalada soñada desde hace años que se convertía realidad. Pero todavía faltaba la otra mitad de la actividad: el descenso.
Ya desde la cumbre pudimos observar una enorme masa de nubes que se acercaba por el campo de hielo continental; intuíamos que la bajada estaría entretenida, pero no éramos conscientes de lo duro que iba a ser. Comenzamos a montar los primeros rápeles del headwall, pasando por encima del famoso compresor de Maestri, que después de más de 5 décadas sigue allí colgado. Llegamos a las Torres de Hielo, recogimos nuestro material de vivac y enseguida nos engulló la nube. El viento era muy fuerte, y hacía mucho frío. Estábamos congelados, blancos, y éramos conscientes de que todavía teníamos 1000m hasta el glaciar. Y sabíamos además que el tiempo no iba a mejorar, teníamos que salir de ahí.
Así que empezamos a hacer rápeles cortos con una sola cuerda, para que ésta no se enganchase, y guardamos la otra en la mochila. Bajábamos con la cuerda recogida, y cada vez que tirábamos de ella desde la reunión para recuperarla, se percibía la tensión del ambiente. Un enganchón nos podría complicar mucho el descenso. Rapelamos durante horas, se nos hizo de noche y seguíamos bajando. Estábamos agotados, pero era crucial mantener la concentración y no cometer ningún error. Llegamos al Col de la Paciencia a las 2 de la madrugada, después de casi 10 horas rapelando. En ese momento, aun sabiendo que debíamos seguir descendiendo, ya que todavía nos quedaban 400m de pared, decidimos parar a descansar. Estábamos demasiado cansados.
Dormimos unas horas, y a la mañana siguiente, sin apenas hidratarnos ni comer, proseguimos con los rápeles. El viento seguía igual de fuerte, pero el frío ya no era tan intenso. Aún así, el miedo no marchaba de nuestros cuerpos, pues un enganchón de cuerdas podría complicarnos mucho la situación. Después de unas horas más de rápeles, por fin llegamos al glaciar.
El alivio fue brutal. Después de unos 45 rápeles, y casi 20 horas desde que pisamos la cumbre del Cerro Torre, estábamos a salvo. La incertidumbre, la tensión, el miedo… nos consumieron en el descenso. El mal tiempo patagónico hizo que cualquier error, un pequeño despiste o simplemente un poco de mala suerte pudieran ser fatales.
De aquí ya “solo” nos quedaban 10 horas de caminata, para llegar al Chaltén a las 22h y celebrar el pegue con una buena cena.
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